El día de ayer debió ser un tanto lluvioso, no lo comprobé
in situ pero por la noche cuando veníamos para casa la lluvia era abundante y
molesta. Alguno que estaba trabajando de noche corroborará que se mantuvo
lloviendo parte de la noche, hasta cuándo. Que lo diga si se atreve.
A la convocatoria solo acudimos casi los de siempre, los de
la semana anterior y un nuevo reincorporado, el incombustible Calzas. En fin, la
familia y uno más.
Las dudas no asaltaban pues no sabíamos que caminos elegir
para que el barro no fuera la nota dominante de la jornada, por lo que fue
Holandés el director de la etapa eligiendo la ruta por la que circularíamos
durante esta mañana.
Salimos como casi siempre rodeando el Cerro del Telégrafo
por el pinar, enlazando con la avd. Pilar Miró y bajando por las calles
habituales que pasan por el Auiditorium Miguel Ríos.
Bajábamos por la calle del polideportivo del Parque del
Sureste cuando un coche de la policía municipal subía y aparcaba en la puerta
de esas instalaciones deportivas. El policía con buen humor nos dijo que había
anotado nuestras matrículas para tomar acciones pertinentes, cualquier día nos
cruzamos con alguno que no hará lo mismo. Holandés por lo que pudiera pasar se
adelantó a los demás huyendo de la quema.
Una vez en la laguna de El Campillo y huyendo del barro, en
vez de ir por el camino habitual entre el río Jarama y la laguna, decidimos ir
por la carretera medio asfaltada que entra a la finca de El Piul, la que va por
debajo de los cortados de esa zona, para cruzar la puerta de la finca y llegar
hasta el puente de las avispas sin mancharnos para nada.
Cruzamos el puente, como tantas y tantas veces, a patita que
solo los machotes lo cruzan montados y de esos hay poquitos.
Después de cruzar el puente
Foto: Marqués
Hacia delante seguimos los cuatro restantes para bajar los Cerros Concejiles en dirección contraria a la que normalmente lo hacemos para llegar hasta el Vaáamono.
Foto: Marqués
Una vez en La Poveda, cogimos la vía verde hacia arriba,
girando por el polígono para alcanzar el Hospital del Sureste de la forma más
directa, cómoda y rápida.
Seguimos por los caminos paralelos a la vía verde, hasta
llegar al que sube hacia los Cerros Concejiles, donde cogiendo las empinadas
cuestas hacia arriba estiramos al pelotón.
Una vez en lo alto una parada de reagrupamiento en zona
resguardada. Mucho tiempo esperamos y después de que Holandés fuera en busca de
Jamones, la llamada de éste nos advertía que había errado en el camino elegido
y que ya iba de vuelta para casa, por lo que no volveríamos a verle. esta vez no hubo foto de pelotón al completo.
Hacia delante seguimos los cuatro restantes para bajar los Cerros Concejiles en dirección contraria a la que normalmente lo hacemos para llegar hasta el Vaáamono.
Una vez allí, de nuevo para arriba por nuestro camino
emblemático, subiendo a buen paso y esquivando de nuevo las dos surgencias a
modo de charcos que no desaparecen mientras llueve.
En lo alto del Vaáamono hicimos un nueva espera, esta vez el
más rezagado era Calzas, pagando su periodo de inactividad. Allí tocaba decidir
por donde seguir, y la decisión fue cruzar bajo el puente de chapa de la vía
verde y continuar por la senda de Piolín para rodear las canteras de Morata y
acercarnos a esta bella urbe.
Nos volvimos a juntar en lo alto del camino que baja del
tirón hasta Morata, el del viejo que cuando lo subimos siempre nos avisa que
aún queda lo peor. Esta vez no estaba en la puerta de la casa y además como
íbamos hacia abajo, no podría dedicarnos demasiadas atenciones.
Una vez en Morata directos a la pastelería, había que hacer
una degustación de palmeritas de chocolate ya que Calzas no las había catado
aun. Las devoramos junto a una fuente cerca del ayuntamiento, puesto que la
plaza estaba un tanto cambiada. Las procesiones de Semana Santa habían hecho
modificar toda la zona para colocar gradas y demás zarandajas para que los
paisanos puedan ver mejor los desfiles
patrios. Gracias Profe por tu invitación.
Diez minutos estuvimos aproximadamente degustando los
preciados tesoros negros, la verdad es que saben a gloria. Y rápidamente tocaba
de nuevo seguir la ruta, pues nos quedaba la vuelta a casa.
Esta vez elegimos la vía verde como ruta más cómoda para
volver. En las primeras rampas Holandés nos perdió de vista y Calzas cantaba
una canción que me recordó a mi más tierna infancia: CHOCOLATE, MOLINILLO,
CORRE CORRE, QUE TE PILLO. No puedo poner la música, aunque supongo que la
mayoría cantará la tonadilla cuando lea estas frases, muy propia para momentos
de pedaleo después de atizarnos las palmeritas de rico chocolate y ascender
a piñón hacia la cementera.
El viento de poniente se notaba en algunos tramos por las curvas de la subida de esta pista que pasa junto a la cementera, molestaba un tanto, pero no es razón para quedarse en casita acobardado.
De nuevo nos juntamos en lo alto del Vaáamono, con un pelotón estirado que llegó en cuenta gotas. El orden de llegada os lo imagináis, que algo hay que darle al coco, gandules.
De nuevo nos juntamos en lo alto del Vaáamono, con un pelotón estirado que llegó en cuenta gotas. El orden de llegada os lo imagináis, que algo hay que darle al coco, gandules.
Solo nos quedaba por delante toda la bajada de éste camino,
después la carretera de Chinchón, para llegar hasta el pueblo de Rivas, donde
volvimos a perder por delante a Holandés y por detrás a Calzas, pagando con
creces todo el tiempo que no ha podido dedicar a este noble deporte.
Al Camelot llegamos después de unos 58 kilómetros recorrido
y tras unas 3 horas de excursión. Las bicis un tanto embarradas, aunque no
demasiado para la que podía haber sido. Degustamos de nuevo un par de cerecitas
agaseosadas y para casa, que también los nuestros necesitan de nuestra
presencia.
Nada más, que sois unos cansinos, que por mucho que os diga
no cambiáis, que a Fernandito Alonso se le jodió el morro del carro y no
disfrutasteis de su carrera, y que el fin de semana que viene imagino que menos
gente podrá salir. Alguno tendrá unas merecidas vacaciones y en ese caso si servirá
de excusa.
Adiós moruchos.