Amenazaba un día grande, el
Holandés había anunciado el día anterior una etapa larga por lo que había que
atarse bien los machos, porque sería una etapa para recordar.
Amanecía con una niebla muy espesa,
de las que no se van en casi todo el día, pero ese no era el problema para los
9 Nenazas que acudimos a la cita del domingo para realizar la primera etapa
conjunta del grupo en este nuevo año, algunos intrépidos hicieron pequeñas
incursiones durante la primera semana del año.
A las 9 de la mañana, en la plaza
de los Picos de Urbión se daba el banderazo a una larga etapa que nos quedaba
por delante y así entre la niebla salíamos hacia el parque del Cerro del
Telégrafo para bajar hacia el pueblo por la avenida Pilar Miró.
Las calles estaban casi
desiertas, con el firme muy húmedo por la niebla con el grupo bajando con
cautela para evitar patinazos sobre el duro asfalto. Así continuamos hasta la
laguna de El Campillo en un pelotón unido solamente estirado en algunos
momentos en las calles más empinadas.
Bordeamos la laguna con una densa
niebla que nos acompañaba en todo momento, no parecía que estuviéramos en
Madrid, sino más bien en alguna que otra ciudad británica muy famosa por sus ambientes
similares.
Los gorilas en la niebla
Fotos: Marqués
Llegamos hasta el puente del Tren
de Arganda, donde vinieron los primeros problemas. El puente en alguno de sus
tramos de cemento tenía una fina capa de hielo y había que andar a pasos
cortitos tal y como lo hacían las muñecas de Famosa en aquel anuncio histórico.
De no hacerlo alguno hubiera acabado por los suelos o quizás enros del puente o
incluso debajo de él. En estos casos precaución compañeros.
A cruzar el puente
Foto: Marqués
Una vez superado el escollo del
puente, enfilamos hacia La Poveda para iniciar las primeras rampas por el
carril bici que te lleva a la Vía Verde de Morata. Más o menos a la mitad, como
muchas veces hacemos, giramos a la derecha para adentrarnos en el polígono,
cruzar la antigua carretera de Valencia y dirigirnos hacia el Hospital del
Sureste.
En La Poveda
Foto: Marqués
Una vez allí, en vez de dirigirnos hacia la
Vía Verde usamos el camino de tierra paralelo a ésta para ascender en los
primeros kilómetros. Tocaba seguir subiendo, las dos primeras y únicas bajas de
la jornada se iban a despedir del pelotón para regresar a casa. Era el momento
de la foto de grupo para inmortalizar nuestra etapa.
Pelotón de la jornada
Foto: Marqués
Para seguir hacia la cementera de
Morata, nuestra siguiente meta, elegimos la Vía Verde. Esta vez sí, pues nos
esperaba una larga y dura etapa por lo que decidimos subir de la forma más
cómoda posible. La subida fue rápida, con un pelotón estirado por los
demarrajes de alguno de los participantes, que de forma sorpresiva mantenía un
alto ritmo para lo que se estaba acostumbrado en él, parecía que su nueva
montura le daba alas subiendo tras el Holandés con el Sargento a rueda en todo
momento. GPS tomó una ruta alternativa, subiendo por el camino paralelo a la
Vía Verde hasta nuestro punto de encuentro a la altura del Vaáamono.
Seguimos hacia la cementera,
saliéndonos de la Vía Verde a la altura del tunelito que hace esta ruta cuando
cruza bajo un camino. Ahí iniciamos nuestros pasos hacia la meta del día, pues
pedaleando por la vía pecuaria nos dirigíamos hacia Titulcia.
El camino por la vía pecuaria es
largo hasta llegar a esa localidad, más largo de lo que parece. Rodeados siempre
por la niebla volábamos hacia nuestro destino. El grupo se estiró, con los tres
miembros más rápidos delante, el que escribe en el medio y el resto por detrás.
Así poco a poco, nos acercábamos
hacia Titulcia. Sorteando piedras, surcos y baches, cada vez estábamos más
cerca de esa localidad, y al fin estábamos allí con los primeros 40 kilómetros
recorridos en nuestras piernas.
Una idea estaba en nuestras
cabezas, los pepitos de crema que nos comimos la otra vez que hicimos esta dura
etapa. Así sin pensarlo más nos fuimos en busca de la panadería para comprarlos
y degustarlos.
Decir tiene que pepitos de crema
no había, así que decidimos cambiarlos por unas estupendas palmeras de
chocolate, que aunque no tienen nada que ver con las de Morata, calmaron la
gusa de los estómagos de más de uno.
Holandés y Clavi con las palmeras
Foto: Marqués
Avispa tenía sus pies doloridos,
Casper llamó a un amigo que vive en ese pueblo para un encuentro y mi nueva
bici amenazaba desastre con la rueda trasera con la presión baja. Maldita sea
su estampa, que con la bici no compré cámara de repuesto y aunque la
desmontamos con minuciosidad, no le encontramos pincho ni pinchazo. Así que con
dos cojones, la inflamos de nuevo y rezamos para que aguantara el resto de la
etapa, ayudado por el aire que le fui metiendo en cada ocasión que nos
deteníamos.
Durante el pinchazo de la 29er de Marqués
Fotos: Clavi y Casper
El siguiente paso era la vuelta,
cruzamos el río Tajuña por la carretera que une a esta localidad con
Villaconejos, pueblo famoso por sus melones, y aguas arriba de este río por su
vega volvíamos hacia casa.
Una vez en la pista principal que
recorre los cortados yesíferos del Tajuña vinieron nuevos problemas para el
pelotón. El suelo estaba completamente blanco y helado en algunos tramos. En
uno de estos, desde delante se oía un resbalón y una voz que anunciaba caída.
Al girar nuestras cabezas Casper estaba por los suelos y como si se
solidarizaran con él, el Sargento y Avispa hacían la misma jugada, deslizándose
por los suelos con las carcajadas del resto. Había que tener cuidado en esos
tramos y estos tres no lo tuvieron suficientemente.
Tras el patinazo
Foto: Marqués
Al poco llegamos a la altura de
la laguna de San Juan, situada en el término municipal de Chinchón, bonito
enclave Refugio de Fauna de la Comunidad de Madrid. Esta vez nos saltamos la visita
a la dolina, íbamos justitos de tiempo y una parada nos retrasaría en exceso.
Además, el Sargento llevaba una de sus ruedas pinchadas, aunque también trató
de inflarla por si aguantaba.
Hasta la carretera que sube a
Chinchón llegamos muy pronto, y una vez cruzada volvimos a coger la pista que
recorre la vega del Tajuña aguas arriba, para pasar primero junto a la laguna
de Casasola a la izquierda, el castillo de Casasola a la derecha y por fin
volver a cruzar este río.
Una vez cruzado, a la derecha del
camino recordar que hay otra laguna, en este caso la laguna de San Galindo, enfilamos hacia la
carretera que une la Alcoholera de Chinchón con el pueblo de Titulcia. A la
mitad de la recta, la rueda del Sargento no pudo más. Un grito y una nueva
parada para la reparación. Los de delante esperamos al borde de la carretera y
el Sargento auxiliado por GPS y Casper, solucionaron el problema cambiando la
cámara de su maltrecha rueda. Un pequeño alambre tenía la culpa.
Pinchazo del Sargento
Foto: Casper
Nos quedaban por delante unos
cuantos kilómetros, empezando por la subida de la urbanización Valgrande, o
Valsuputamadre como la llamaba alguien. La subida se realizó a buen ritmo, con
menos diferencia entre los miembros del pelotón de lo esperado una vez en lo
alto, pero sobre todo con un grupo unido y compacto como hacía mucho tiempo que
no pasaba.
Sin mucha tregua seguimos hacia
delante, era la una de la tarde y las previsiones indicaban que la llegada se
retrasaría esta vez más de la cuenta. Al poco ya estábamos de nuevo en la vía
pecuaria, y sin tregua continuamos hacia la carretera M-301, la que une el
Puente de Arganda con Morata. Llegamos a ella, circulamos unas centenas de
metros por ella y giramos tras pasar la cementera a la derecha para
encaminarnos hacia nuestro conocido camino Vaáamono.
La bajada fue vertiginosa, no
recuerdo una bajada mía parecida, con buena picha bien se jode creo que decía
el refrán. Así que volamos hacia abajo en busca de nuevo con la mencionada
carretera que nos iba a llevar hasta Rivas.
Ese tramo de carretera siempre se
me ha atragantado, pero esta vez parece que me ayudaba para ir más deprisa. Me
puse a tirar tras de Avispa, que había recuperado sus fuerzas y adelanté a los
que tenía entre él y yo.
Junto a la laguna de
El Campillo llegué a su altura, seguimos hasta el pueblo y con el Holandés a vista pedaleábamos
junto a Clavi, que nos dejaría en las primeras rampas. El camino directo a su
casa es diferente al nuestro con lo que cada uno por su lado.
El resto de la subida lo hicimos
subiendo hasta el Auditorium Miguel Ríos y la avenida Pilar Miró. En los últimos
tramos de dicha calle me entró un poco de pájara y a distancia nunca perdí de
vista a mi acompañante.
En el parque del Cerro del
Telégrafo Avispa me esperó, y recorrimos el último de los 84 kilómetros de la
jornada juntos. El Camelot no podía ser, era las 3 de la tarde y había que
llegar a casa, y además un guasap de Josemari nos anunciaba que estaba cerrado,
si no recuerdo mal.
Acabé muy cansado, imagino que
como el resto, pero muy feliz, por fin había concluido una etapa de las largas
y llegando en las zonas delanteras del grupo, pero sobre todo no había causado
retrasos al pelotón salvo el incidente de un pinchazo que al final aguantó. Por
la noche, la rueda estaba desinflada.
Hay amenazas de etapas largas y
duras, pero todo se andará, aunque sobre todo hay que tener paciencia y tranquilidad
que en el invierno los días son más cortos, en primavera más largos y con
mejores condiciones para la práctica de nuestro deporte favorito.