7 de enero de 2013, gorilas en la niebla a Titulcia

Amenazaba un día grande, el Holandés había anunciado el día anterior una etapa larga por lo que había que atarse bien los machos, porque sería una etapa para recordar.

Amanecía con una niebla muy espesa, de las que no se van en casi todo el día, pero ese no era el problema para los 9 Nenazas que acudimos a la cita del domingo para realizar la primera etapa conjunta del grupo en este nuevo año, algunos intrépidos hicieron pequeñas incursiones durante la primera semana del año.

A las 9 de la mañana, en la plaza de los Picos de Urbión se daba el banderazo a una larga etapa que nos quedaba por delante y así entre la niebla salíamos hacia el parque del Cerro del Telégrafo para bajar hacia el pueblo por la avenida Pilar Miró.

Las calles estaban casi desiertas, con el firme muy húmedo por la niebla con el grupo bajando con cautela para evitar patinazos sobre el duro asfalto. Así continuamos hasta la laguna de El Campillo en un pelotón unido solamente estirado en algunos momentos en las calles más empinadas.

Bordeamos la laguna con una densa niebla que nos acompañaba en todo momento, no parecía que estuviéramos en Madrid, sino más bien en alguna que otra ciudad británica muy famosa por sus ambientes similares.
 
Los gorilas en la niebla
Fotos: Marqués

Llegamos hasta el puente del Tren de Arganda, donde vinieron los primeros problemas. El puente en alguno de sus tramos de cemento tenía una fina capa de hielo y había que andar a pasos cortitos tal y como lo hacían las muñecas de Famosa en aquel anuncio histórico. De no hacerlo alguno hubiera acabado por los suelos o quizás enros del puente o incluso debajo de él. En estos casos precaución compañeros.  
  
A cruzar el puente
Foto: Marqués

Una vez superado el escollo del puente, enfilamos hacia La Poveda para iniciar las primeras rampas por el carril bici que te lleva a la Vía Verde de Morata. Más o menos a la mitad, como muchas veces hacemos, giramos a la derecha para adentrarnos en el polígono, cruzar la antigua carretera de Valencia y dirigirnos hacia el Hospital del Sureste.
 
En La Poveda
Foto: Marqués

Una vez allí, en vez de dirigirnos hacia la Vía Verde usamos el camino de tierra paralelo a ésta para ascender en los primeros kilómetros. Tocaba seguir subiendo, las dos primeras y únicas bajas de la jornada se iban a despedir del pelotón para regresar a casa. Era el momento de la foto de grupo para inmortalizar nuestra etapa.
 
Pelotón de la jornada
Foto: Marqués

Para seguir hacia la cementera de Morata, nuestra siguiente meta, elegimos la Vía Verde. Esta vez sí, pues nos esperaba una larga y dura etapa por lo que decidimos subir de la forma más cómoda posible. La subida fue rápida, con un pelotón estirado por los demarrajes de alguno de los participantes, que de forma sorpresiva mantenía un alto ritmo para lo que se estaba acostumbrado en él, parecía que su nueva montura le daba alas subiendo tras el Holandés con el Sargento a rueda en todo momento. GPS tomó una ruta alternativa, subiendo por el camino paralelo a la Vía Verde hasta nuestro punto de encuentro a la altura del Vaáamono.

Seguimos hacia la cementera, saliéndonos de la Vía Verde a la altura del tunelito que hace esta ruta cuando cruza bajo un camino. Ahí iniciamos nuestros pasos hacia la meta del día, pues pedaleando por la vía pecuaria nos dirigíamos hacia Titulcia.

El camino por la vía pecuaria es largo hasta llegar a esa localidad, más largo de lo que parece. Rodeados siempre por la niebla volábamos hacia nuestro destino. El grupo se estiró, con los tres miembros más rápidos delante, el que escribe en el medio y el resto por detrás.

Así poco a poco, nos acercábamos hacia Titulcia. Sorteando piedras, surcos y baches, cada vez estábamos más cerca de esa localidad, y al fin estábamos allí con los primeros 40 kilómetros recorridos en nuestras piernas.

Una idea estaba en nuestras cabezas, los pepitos de crema que nos comimos la otra vez que hicimos esta dura etapa. Así sin pensarlo más nos fuimos en busca de la panadería para comprarlos y degustarlos.

Decir tiene que pepitos de crema no había, así que decidimos cambiarlos por unas estupendas palmeras de chocolate, que aunque no tienen nada que ver con las de Morata, calmaron la gusa de los estómagos de más de uno.
 
Holandés y Clavi con las palmeras
Foto: Marqués

Avispa tenía sus pies doloridos, Casper llamó a un amigo que vive en ese pueblo para un encuentro y mi nueva bici amenazaba desastre con la rueda trasera con la presión baja. Maldita sea su estampa, que con la bici no compré cámara de repuesto y aunque la desmontamos con minuciosidad, no le encontramos pincho ni pinchazo. Así que con dos cojones, la inflamos de nuevo y rezamos para que aguantara el resto de la etapa, ayudado por el aire que le fui metiendo en cada ocasión que nos deteníamos.
 
Durante el pinchazo de la 29er de Marqués
Fotos: Clavi y Casper

El siguiente paso era la vuelta, cruzamos el río Tajuña por la carretera que une a esta localidad con Villaconejos, pueblo famoso por sus melones, y aguas arriba de este río por su vega volvíamos hacia casa.

Una vez en la pista principal que recorre los cortados yesíferos del Tajuña vinieron nuevos problemas para el pelotón. El suelo estaba completamente blanco y helado en algunos tramos. En uno de estos, desde delante se oía un resbalón y una voz que anunciaba caída. Al girar nuestras cabezas Casper estaba por los suelos y como si se solidarizaran con él, el Sargento y Avispa hacían la misma jugada, deslizándose por los suelos con las carcajadas del resto. Había que tener cuidado en esos tramos y estos tres no lo tuvieron suficientemente.
 
Tras el patinazo
Foto: Marqués

Al poco llegamos a la altura de la laguna de San Juan, situada en el término municipal de Chinchón, bonito enclave Refugio de Fauna de la Comunidad de Madrid. Esta vez nos saltamos la visita a la dolina, íbamos justitos de tiempo y una parada nos retrasaría en exceso. Además, el Sargento llevaba una de sus ruedas pinchadas, aunque también trató de inflarla por si aguantaba.

Hasta la carretera que sube a Chinchón llegamos muy pronto, y una vez cruzada volvimos a coger la pista que recorre la vega del Tajuña aguas arriba, para pasar primero junto a la laguna de Casasola a la izquierda, el castillo de Casasola a la derecha y por fin volver a cruzar este río.

Una vez cruzado, a la derecha del camino recordar que hay otra laguna, en este caso la  laguna de San Galindo, enfilamos hacia la carretera que une la Alcoholera de Chinchón con el pueblo de Titulcia. A la mitad de la recta, la rueda del Sargento no pudo más. Un grito y una nueva parada para la reparación. Los de delante esperamos al borde de la carretera y el Sargento auxiliado por GPS y Casper, solucionaron el problema cambiando la cámara de su maltrecha rueda. Un pequeño alambre tenía la culpa.
 
Pinchazo del Sargento
Foto: Casper

Nos quedaban por delante unos cuantos kilómetros, empezando por la subida de la urbanización Valgrande, o Valsuputamadre como la llamaba alguien. La subida se realizó a buen ritmo, con menos diferencia entre los miembros del pelotón de lo esperado una vez en lo alto, pero sobre todo con un grupo unido y compacto como hacía mucho tiempo que no pasaba.

Sin mucha tregua seguimos hacia delante, era la una de la tarde y las previsiones indicaban que la llegada se retrasaría esta vez más de la cuenta. Al poco ya estábamos de nuevo en la vía pecuaria, y sin tregua continuamos hacia la carretera M-301, la que une el Puente de Arganda con Morata. Llegamos a ella, circulamos unas centenas de metros por ella y giramos tras pasar la cementera a la derecha para encaminarnos hacia nuestro conocido camino Vaáamono.

La bajada fue vertiginosa, no recuerdo una bajada mía parecida, con buena picha bien se jode creo que decía el refrán. Así que volamos hacia abajo en busca de nuevo con la mencionada carretera que nos iba a llevar hasta Rivas.

Ese tramo de carretera siempre se me ha atragantado, pero esta vez parece que me ayudaba para ir más deprisa. Me puse a tirar tras de Avispa, que había recuperado sus fuerzas y adelanté a los que tenía entre él y yo.

Junto a la laguna de El Campillo llegué a su altura, seguimos hasta el pueblo y con el Holandés a vista pedaleábamos junto a Clavi, que nos dejaría en las primeras rampas. El camino directo a su casa es diferente al nuestro con lo que cada uno por su lado.

El resto de la subida lo hicimos subiendo hasta el Auditorium Miguel Ríos y la avenida Pilar Miró. En los últimos tramos de dicha calle me entró un poco de pájara y a distancia nunca perdí de vista a mi acompañante.

En el parque del Cerro del Telégrafo Avispa me esperó, y recorrimos el último de los 84 kilómetros de la jornada juntos. El Camelot no podía ser, era las 3 de la tarde y había que llegar a casa, y además un guasap de Josemari nos anunciaba que estaba cerrado, si no recuerdo mal.

Acabé muy cansado, imagino que como el resto, pero muy feliz, por fin había concluido una etapa de las largas y llegando en las zonas delanteras del grupo, pero sobre todo no había causado retrasos al pelotón salvo el incidente de un pinchazo que al final aguantó. Por la noche, la rueda estaba desinflada.   

Hay amenazas de etapas largas y duras, pero todo se andará, aunque sobre todo hay que tener paciencia y tranquilidad que en el invierno los días son más cortos, en primavera más largos y con mejores condiciones para la práctica de nuestro deporte favorito.

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